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CERTEZA


Yo era esa niña que de puntillas intenta alcanzar la rosa, la vida que le ofrecen, esa vida imaginada a orillas de tu mar. Allí mi maternidad ante tu mirada, con la brisa meciendo cada uno de los pensamientos que en su mente descansan y de fondo la risa de mi hija; niña cubierta de arena y algas que sonríe al infinito mientras se deja arrastrar por las olas con su vaivén. Aparecía todo tan claro, tan nítido. Era una estampa tan sublime que mis ojos no podían sostenerla, ni mis manos alcanzarla, a pesar de tus ojos, de tu mirada, que todo lo sostenía. Tu mirada sosteniendo aquel azul del mar.

Tú acariciabas ese cuadro con los colores de tu alma. Y me pregunto en qué ínferos se encontraba la mía que no fue capaz de asirse al mundo que tú le regalabas. Miro tus ojos y sigo queriendo meterme dentro, beber esa infinitud que desprenden, asomarme a su mar tranquilo. Pero no pudo ser. No pudo ser en ese momento. Y transcurren los días a caballo entre el deseo y el olvido.

Sé que has preguntado muchas veces al silencio la causa de mis dudas, pero el silencio no contesta nunca. Sabe de respuestas, pero siempre se nos aparece mudo. Ni siquiera yo podría precisarte qué sé y qué es lo que me resulta absolutamente desconocido. Quisiera saber por qué esa niña no supo abrazarse a la rosa que le era dada. Quisiera poder describir el tejido de circunstancias que me desbordó ante ti, quisiera poder expresar ese material irreductible del que está hecho mi vida, el por qué de ese tiempo que se veía arrastrado a ser transformado en libertad, en pasión… Y pienso que quizá el fondo fuera este. La pasión de algo que no nos es conocido, que nos empuja inconscientemente por un camino distinto a lo anhelado, quizá camino erróneo, pero inequívocamente irrechazable también. Supongo que hemos de caminar sobre nuestros pasos perdidos, esos que no sabemos a qué lugar nos llevan, pero que necesitamos imperativamente dar. Ir al horizonte. Alzar nuestras manos a la vez que caminamos. Ir perdiendo, saber que se va perdiendo, y verse arrebatado por una pasión que nos consume, que nos hace perder, pero que nos hace más conscientes de quiénes somos. Ahí está la niña. Ahí esta la rosa. Y los pasos perdidos, y unos ojos profundos que anhelan cada cosa que el paso arrogante de su vida no le permite asir. Y sin embargo la necesidad arrebatada de seguir caminando, de ir a la búsqueda de ese único que nos hipnotiza.

Y tú estás allí, y aquí mi alma de niña. Sin la rosa. Y sabiendo que, nunca jamás, un amor tan grande le volverá a ser concedido. Mi silencio llora por tu ausencia, pero mi alma sabe que no es cierto, que tu ausencia es irreal, porque tú, siempre habitarás mi circunstancia. Se quiera o no, habites donde habites, en mi casa estará parte de tu mirada. Y siempre, siempre los colores que un día me ofreciste. Aquella estampa con olor a mar.

La realidad de mis pasos perdidos nunca pudo con la mirada de mi alma; ella, que nunca te olvidó y que aún hoy, te sigue echando de menos.

(…)

"La verdad que la vida necesita es la que en la experiencia renace al ser revivida.Verdad naciente que transforma lo vivido. Verdad que nace por su sometimiento a la ley de la vida que es el tiempo: el suceder temporal. Verdad que no es objetiva, que esta sometida al influjo del tiempo, que cuenta con él y vive en él. Verdad que nunca fantasea ni especula.

La verdad de la vida es la que introduciéndose en ella la hacen moverse, ordenadamente; las que la encienden y sacan de sí, haciéndola transcender y poniéndola en tensión."
María Zambrano