
No, ya no la podrás tocar. Su fragilidad se sustenta en hilos invisibles, ya no la verás caer. Altiva caminará sobre los cristales de hielo que quedaron como huella, allí, en su camino. Huellas que eran un dolor, huellas que en el silencio supo transformar. Ahora ya no se solapan inseguridad y miedo. Ahora ella es la presencia de algo intangible, la mesura navegando al lado del orgullo. Y ante el infinito, un paisaje de nieve y olvido.
Lejos quedó aquella noche de invierno. Una noche blanca y de absoluto silencio en la que percibió su pequeñez rodeada de nieve. Inmovilidad. Allí fue cuando dejó de sostenerse en tu sonido. Se le hicieron los oídos sordos ante tanto silencio, y tu voz, nunca más volvió a ser la voz. Ese día, inconscientemente la echaste de tu alma, de tu tiempo, tú no lo sabías, inconsciente de la realidad le decías que se fuera. Y ella en silencio, caminando sobre el blanco, simplemente sonrió y te dijo adiós. Ese adiós que recogía lo vivido, esa despedida que se decía a sí misma: hasta aquí, es hasta aquí. Anhelantes los dos, desde entonces, ya cada uno se refugio en su propio camino. Y su rostro, cubierto para siempre de olvido.
Blanco y negro; tiempo mecido por el silencio. Así se dibujan los pasos anhelantes de camino, perdidos en la soledad, mecidos por un suave dolor. Así dibuja ella el tacto de todo aquello que en un segundo, era ya olvido. Decidiste alejarte, y ella lo aceptó. No insistió. Se dejó permanecer en el blanco de una noche de invierno, dejó mecer su esperanza rota en aquel espacio de frío. Y te dijo adiós allí, mientras respiraba su fragilidad, mientras anhelaba la fortaleza entre el espacio frío y la negrura de aquella noche. Aquella noche de nieve e invierno.
Nunca jamás se volvió a girar sobre sus pasos, altiva en su mesura, decidió que sus pasos eran los del no retorno. Y todo fue cubierto por aquella noche de invierno, de blanco y de olvido. En aquella noche de nieve su fragilidad infinita cubrió la huella de sus pasos. Su pequeñez se volvió diamante. Y ahora ya no, aunque la mires, ya no la podrás tocar. Su fragilidad se sustenta en hilos invisibles, y ya nunca más, la verás llorar. Ella no te ve, ya no te sabe oir. Su tiempo ante ti es de nieve, ahora ya no puede oír tu voz. Silencio. Soledad. Serenidad. Y ya no la podrás tocar. Ya no. Su fragilidad se sustenta en hilos invisible que tu ya jamás podrás romper. Su paisaje de silencio es ya de nieve y olvido.
(…)
"La vida de estas personas será una alternativa de gracia y angustia, de transparencia y confusión, que sólo ellas sabrán resolver. Unidad que enriquecerá al mundo, que sólo ellos podrán intuir, forjar en un combate sin tregua, con diplomacia y energía sin medida…
… Y de fondo la visión de la propia vida, que tiene siempre una figura ofrecida por la intuición, que no es un sistema de razones."
María Zambrano.
Lejos quedó aquella noche de invierno. Una noche blanca y de absoluto silencio en la que percibió su pequeñez rodeada de nieve. Inmovilidad. Allí fue cuando dejó de sostenerse en tu sonido. Se le hicieron los oídos sordos ante tanto silencio, y tu voz, nunca más volvió a ser la voz. Ese día, inconscientemente la echaste de tu alma, de tu tiempo, tú no lo sabías, inconsciente de la realidad le decías que se fuera. Y ella en silencio, caminando sobre el blanco, simplemente sonrió y te dijo adiós. Ese adiós que recogía lo vivido, esa despedida que se decía a sí misma: hasta aquí, es hasta aquí. Anhelantes los dos, desde entonces, ya cada uno se refugio en su propio camino. Y su rostro, cubierto para siempre de olvido.
Blanco y negro; tiempo mecido por el silencio. Así se dibujan los pasos anhelantes de camino, perdidos en la soledad, mecidos por un suave dolor. Así dibuja ella el tacto de todo aquello que en un segundo, era ya olvido. Decidiste alejarte, y ella lo aceptó. No insistió. Se dejó permanecer en el blanco de una noche de invierno, dejó mecer su esperanza rota en aquel espacio de frío. Y te dijo adiós allí, mientras respiraba su fragilidad, mientras anhelaba la fortaleza entre el espacio frío y la negrura de aquella noche. Aquella noche de nieve e invierno.
Nunca jamás se volvió a girar sobre sus pasos, altiva en su mesura, decidió que sus pasos eran los del no retorno. Y todo fue cubierto por aquella noche de invierno, de blanco y de olvido. En aquella noche de nieve su fragilidad infinita cubrió la huella de sus pasos. Su pequeñez se volvió diamante. Y ahora ya no, aunque la mires, ya no la podrás tocar. Su fragilidad se sustenta en hilos invisibles, y ya nunca más, la verás llorar. Ella no te ve, ya no te sabe oir. Su tiempo ante ti es de nieve, ahora ya no puede oír tu voz. Silencio. Soledad. Serenidad. Y ya no la podrás tocar. Ya no. Su fragilidad se sustenta en hilos invisible que tu ya jamás podrás romper. Su paisaje de silencio es ya de nieve y olvido.
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"La vida de estas personas será una alternativa de gracia y angustia, de transparencia y confusión, que sólo ellas sabrán resolver. Unidad que enriquecerá al mundo, que sólo ellos podrán intuir, forjar en un combate sin tregua, con diplomacia y energía sin medida…
… Y de fondo la visión de la propia vida, que tiene siempre una figura ofrecida por la intuición, que no es un sistema de razones."
María Zambrano.