
Llegaste exhausta, con el aliento perdido y la mirada anhelante. Habías llegado a tu mar, a ese azul que tanto has buscado mirar, ese azul que has necesitado encontrar en cada uno de tus pasos dolientes. Ahora tu mirada reposa allí, mirada sola, sin ecos, sola ante el sonido del mar. Aquel mar de infancia que hoy habita tan a flor de piel. Entonces fue cuando te dejaste ir, cuando al lado de la brisa tu alma partió hacia el olvido. Eso es lo que querías, la paz del olvido, o la mansedumbre del recuerdo.
No has podido evitar lo perdido en el camino, siempre aceptaste la valentía de la libertad. En cada ausencia eras consciente de la grandeza de tu alma, medías tu alma ante el dolor. Caminabas bajo el sonido de las risas, pero sabías que tu soledad estaba totalmente abandonada, sin consuelo. Aún así sonreías, y hoy sabes que volverías a aquellas risas, a pesar del cansancio, a pesar de la incomprensión hacia lo vivido. Querrías volver porque a día de hoy ya no puedes sonreír, ya no, esta pérdida no mide tu alma, mide tu abismo. Mirar de frente al abismo y no encontrar ya consuelo, ya no hay consuelo. Esta si es la medida de tu dolor, medida infinita, de colores punzantes y soledad sin sonido.
Reposas tu cabeza sobre tus rodillas, allí, sentada en la arena de la playa de tu infancia, y respiras hondo. Luego dejas reposar una de tus manos sobre la arena, y la tocas con tus dedos porque no la puedes respirar. Levantas la mirada hacia el horizonte, y te quedas allí suspendida, en el horizonte, en ese azul de cielo, en ese azul de mar… Ya no entiendes cómo serás, tu valentía se ha quedado totalmente agazapada. No hay mirada ya que pueda sostener la tuya, ya no la hay. Necesidad de pausa. Respirar. Poder hacerlo sin la voz que era el mundo. Saberse firme sin los hilos invisibles que te sostuvieron valiente. Ahora sabes que no, que nunca fuiste valiente. Que la valentía toca ahora. Ahora eres tú, tú y el mar. Pero no te sabes valiente, y no sabes a quién buscar, dónde amarrar los hilos de tu desdicha. Estás sola. Y el mar.
Te levantas despacio, dejas allí tiradas tus zapatillas, y vas hacia lo orilla. El tacto del agua te sumerge en un estremecimiento frío y cálido a la vez. Observas cómo el agua va y viene sobre tus pies, cómo la arena los va hundiendo en cada ola que los toca. Cuando se han hundido del todo miras al frente, sonríes, y tus pies deciden dar un paso, luego otro… tu pensamiento sostiene el regreso de los sonidos de tu infancia, los gritos, el sabor del agua del mar. Sin ser consciente ahora caminas ágil, no sabes cuándo tus pies decidieron ser rápidos, pero ahí estás, y en tus labios se esboza una sonrisa profunda que quiere ser tímida pero que no lo consigue del todo. Y tus ojos lloran. Caminas anhelante sobre esa orilla de mar infinito. Caminas. Y sonríes. Y tus pupilas recogen sin saberlo la mesura del recuerdo, el sonido del no olvido, la infinitud de lo vivido.
Sopla el aire sobre tu rostro, el azul ha habitado tus pupilas. Y sabes que ya, ya nada se podrá romper. Nada. Que aún te sostienen hilos infinitos, hilo invisibles como ese azul que siempre habita en tus ojos oscuros. Y te dejas llevar por el sonido del mar, de la playa de tu infancia. Es todo una neblina que se rompe alegremente ante una voz desmesurada que se oye al fondo.
_ Mamá, mamá… mira, mira las olas… ven… corre, corre, ven… mira qué concha y mira, mira que cangrejo más pequeñito tengo. Corre mamá, ven…
Al fondo una niña, calada por el azul infinito, que arrastra en su mano izquierda unas zapatillas viejas, y en la otra un pequeño caldero rojo. Una niña que corre con sus rizos oscuros despeinados por esa brisa infinita que habita sólo en el mar de la infancia. Sí, aún quedan hilos invisibles. E infinitos.
_ Mamá, mamá… que has perdido tus zapatillas. Mira… mira qué chiquitín… ven, ven conmigo, vamos a buscar a su mamá… ven, ven corre… vamos. Vamos allí, al final de la playa.
(...)
"Era el vértigo de perder pie, como un terror a desprenderse y rodar por los abismos. Pensé que cuando pueda hablar con ella de miedos, habré perdido el de hacerla daño, y seré vieja."
Carmen Martín Gaite.