fotos



ROJO Y AZUL


Abriste aquella caja, aquella pequeña caja de recuerdos. Acariciabas los libros, entre nervioso y emocionado, buscabas uno, uno para que yo pudiera atravesar por aquel tiempo en que no habitaba tu mundo. Querías algo tuyo para mí, algo de entonces.

De refilón observé tus ojos, miraban por primera vez aquellas escasas pertenencias de entonces, descubrías tu vida para mí. Estaban olvidadas tantas cosas ya. Cada uno de esos libros se había quedado en el olvido, en aquel tiempo de construcción, de proyectos, de incertidumbre, aquel tiempo tan lejano. Eras tú ahí, al lado de esa caja. Y yo me asomaba a tu mundo en silencio, me asomaba a tus ojos, al abismo de la pérdida y del reencuentro, a la infinitud de lo que siempre somos, de lo que siempre hemos sido, aunque ahora nos sintamos ya tan lejos, aunque ya pareciera todo tan ausente. Sin embargo ahí estabas, permanecías, encontrabas toda tu plenitud. Y yo quería permanecer en el silencio para que no se fuera, para que no se rompiera ese momento, esa luz, esa mirada. Porque me gusta verte así, siendo tú, más tú de lo que a diario eres, ese tú que escasamente se asoma en lo cotidiano de tu mundo, que sólo aparece en los recodos de instantes perdidos. Sólo fue un instante, pero tu mirada y tus manos, que se dejaban atravesar entre aquellos libros, eran la esencia de tu recuerdo, eran la realidad de lo que siempre has sido. Lo sabías, te sabías allí, en el frío de la tarde, ante esa caja, y ante ese sol tan inmenso de una tarde de silencio y luz, mucha luz. Allí, los dos sentados en aquel bordillo delante de aquella caja. Y sí. A mí también me hubiera gustado quedarme ahí, en esa caja, pero sólo podía acariciar el momento que se me ofrecía. Ese instante en que tus manos querían unir lo de antes con lo de ahora, el intento de un gesto imposible. Quisiste unir lo que fuiste a lo que eres, quisiste poder instalarme en aquella caja, atrapar esa realidad para mí, que me pudiera empapar de aquel tiempo. Y yo también lo quise, y ante mí el deseo inconsolable de querer hundir mi mirada en el hueco de aquellas manos, en el silencio de aquella mirada, en el sonido de aquel tiempo.

Sólo era una tarde de invierno, y allí se quedó el recuerdo, en aquella tarde, una sola, aquella tarde de inmenso sol y fría, muy fría. Tarde descansada ya para siempre en la mirada del recuerdo, en el abismo de tus ojos, en lo que un día, por un instante, supimos recoger juntos; aquello que tan profundamente quisimos instalar en el presente de la memoria.

_ Toma, este para ti. No, este libro para ti no, es muy difícil, este otro, mira, mira… éste… ya lo había olvidado, y ¡qué duro!, y mira… qué años... mira, mira, ya se me había olvidado… cuando leí este libro...

Pero yo no veía los libros, observaba el silencio de tu mirada, el movimiento de tus manos que removían el contenido de aquella caja. Y sé que me he quedado para siempre allí, a tu lado. Sólo fue una tarde soleada, de frío y luz, una tarde de invierno. Y sin embargo en aquel instante se paró el tiempo. Allí estábamos, bebiéndonos de un sorbo todo lo que somos. Todo lo que nunca dejamos de ser, aunque pareciera ya olvidado.


(...)


"Deseaba alcanzar sus recuerdos, beberlos, tragarme su tristeza, refugiarme en ella para huir, como él, hundida para siempre en la gran copa de vino rosado de su nostalgia, que me invadía mágicamente."
Ana María Matute.