No te giraste, caminabas hacia tu destino con el semblante serio y el paso firme. No dudaste, y mi mirada se quedó pegada a tu espalda, a tus pasos de olvido. Tu mirada no me miró. Aún recuerdo el eco de aquel silencio, aquella noche en que mi alma no te supo distanciar. Noche que se quedó para siempre en un recodo amable de la memoria. Aún permaneces.
No pude enterrar en el tiempo ni mis dudas ni tu seguridad. No pude perdonarme la inconsciencia. La inocencia tampoco. Mi ignorancia nunca pudo conquistar el hueco de tu ausencia, y te eché de menos ya ahí, justo en ese momento en que comenzabas a caminar hacia el otro lado de tu destino, en esa noche en que nacían tu olvido y mi delirio. Para mi no fue posible el olvido de aquello que perdí en el instante en que tú te giraste, en el momento en que tu rostro me decía suavemente adiós. Habitamos el no tiempo. No hubo segundos. Allí, ante mis ojos, sólo la dirección de tu olvido, y en mi alma, una especie de niebla. No hubo tiempo y sin embargo ocurrió. Aquella noche comenzó el recuerdo del no olvido. Después, ha habitado cada uno de mis instantes perdidos, cada uno de mis minutos de silencio, cada uno de mis pasos sin eco. Estás, aunque tu sonido ya no tenga voz.
Hoy sólo me queda una huella de tu presencia; el dolor por la ausencia de aquello que pasó invisible, aquello que se perdió, que fue como un roce sin apenas tacto. Es entonces cuando recuerdo una noche de verano, una noche clara y perfecta, y es, cuando mi boca sólo sabe decir, sin descanso _ ¿Adónde te escondiste?._ Es tan sólo un segundo, y sé que mi alma, si pudiera, se perdería en la búsqueda de aquello invisible que pasó sin apenas rozarla. Y que no fue capaz de ser olvido.
(...)
"... Y al perderse en la búsqueda puede dársele el que descubra algún secreto lugar en la hondonada que recoja el amor herido, herido siempre, cuando va a recogerse."
María Zambrano.