fotos



LA ROSA BLANCA


Me he acercado en silencio, ella estaba de espaldas y al girarse, sus ojos se han posado en los míos. Es imposible creerlo, en tan sólo dos meses su mirada se ha vuelto anciana. Sus ojos se han quedado ya habitando los recuerdos, y ya nada la puede arrastrar hacia este presente que ella sólo intuye de ausencia. Me sonríe, quizá el brillo de mis ojos le resulte familiar, o el sonido de mi voz. Algo tiene que haber en mi presencia que ella aún considere cercano. La llevo de mi brazo. Su caminar es lento, pero sigue conservando cierta elegancia. Se anima al querer enseñarme el precioso jardín que hay al salir por el ala derecha del pasillo. Es un pasillo con mucha luz, brillante, y de silencio. Nada parece habitar cerca de esas paredes, no hay resonancias, todo es silencio y el brillo del sol, que entra a raudales.

Llegamos al jardín, es un estupendo día de primavera. Ella decide caminar un ratito. Avanzamos hacia el último banco, aquel que queda lejano, al que cobija un árbol frondoso, de copa espesa. Nos sentamos a la vera de su sombra. Y ella se queda mirando al frente, con los ojos como desenfocados, sin mirar a nada fijo. Decido mantener el silencio. Se oyen las voces de otras personas, a lo lejos, otros paseantes del jardín. Me llama la atención la ausencia de niños. No hay niños; es extraño un parque sin el sonido de los niños.

Ahora ella me mira, y me dice como balbuciendo_ mamá_. Y me habla de un patio con una perdiz, se ríe como una niña. Y va describiendo cada una de las plantas que adornan ese patio, los geranios, un rosal, la higuera. Y me dice que cuánto le gustan los higos que le he traído de merienda, y me habla de la presencia de las higueras. Debería haber una higuera en cada huerto, eso dice ella muy convencida. Mira hacia el azul del cielo limpio de hoy, y con sus palabras me descubre en su imaginación una cajita con agujeros, llena de hojas de morera, y con sus queridos gusanos de seda. La describe tan bien que casi la puedo tocar. Y sonríe. Ella sabe que allí hay algo maravilloso que ahora aún no se puede ver. Aún no es el tiempo de la verdad, de la belleza, que siempre se esconde en el tiempo ante de en ser nacida.

Le digo si le apetece acercarse al entorno del estanque. Animada dice que sí. Y me vuelve a llamar mamá. Y recuerdo cuando yo era niña y enfadada le decía que cuando yo fuera su madre, le iba a hacer lo mismo. Y eso intento hoy, me digo a mí misma, y si no puedo quererte igual que tú a mí, sí, por lo menos, la mitad. Y me lo repito mil veces, mientras vamos acercándonos al estanque. Yo aún puedo oler el olor de aquella tu piel. Aún lo conservas. Y acerco mis manos a las tuyas, tenemos las mismas manos, mis manos son como las tuyas. Van teniendo con los años los mismos rasgos. Y te cojo de la mano, como si fueras una niña, y tú te dejas llevar.

Nada es tan inmenso como cuando me agarras así de la mano. Y me siento tan irremediablemente unida a esa mano, que si pudiera, no la soltaría jamás. Jamás. Y vamos poco a poco cruzando el jardín. Y en mi alma para siempre se queda la resonancia de tu voz y el tacto de tus manos en este día de un azul tan limpio. De repente te vuelves y me dices _ hija, tienes la misma voz que mi madre._ Y entonces ya no puedo evitar las lágrimas. Te quiero, es lo único que te puedo decir. Te quiero aquí, y ahora, en la dulce ausencia de tu presente, en la habitabilidad de cada uno de tus recuerdos, en esa persona ausente que sigue siendo tan ella misma. Todos esos recuerdos de tu memoria de olvido es lo que quisiera poder conservar en el hermoso baúl que es mi memoria. Sostenerlos para siempre allí, conversarlos conmigo misma, para que no mueran nunca, para conservar tu resonancia siempre en mis anhelos. Te quiero a tí, mamá, que eres de silencio, de un silencio infinitamente sonoro, a tí, siempre presente en lo que más de mí misma poseo, en los ojos de aquella infancia que sólo tú sostuviste con ese, tu silencio.

(...)

"Anoche soñé que le estaba escribiendo una carta muy larga a mi madre para contarle cosas de Nueva York, pero era una forma muy peculiar de escritura. Estaba sentada en esta misma habitación y lo que hacía no era propiamente escribir, sino mover los dedos con gestos muy precisos para que la luz incidiera de una forma muy determinada en un espejito como de juguete que tenía en la mano y cuyos reflejos ella recogía desde una ventana que había en frente, al otro lado del río. Se trataba de una especie de código secreto, de un juego que ella había estado mucho tiempo tratándome de enseñar."
Carmen Martin Gaite