fotos



ÍNFEROS


Sé que ya no será, que viviré para siempre en el eco de tu no presencia. Que tu mirada no va a estar. Que no estarán tus manos para cuando las necesite, aunque yo sé, yo sé que lloraré siempre sobre ellas. El desencuentro del espacio que nos rodea tiene nuestra mirada perpleja, desolada, palpitante. Y los dos sabemos que la vida continúa en su disciplina diaria, esa a la que estamos tan sólidamente enganchados. Cadena insolidaria. Cadena de no olvido. Cadena de certeza infinita. Encadenados a la presencia de nuestra propia ausencia, y a la realidad de su no olvido.

Miro ese mar de silencio que son tus ojos cuando me miran. Observo tus manos en cada uno de sus gestos cuando se acercan a mí. Y sé que a todo esto, le tengo que decir adiós. Abismo. Que he de saber de su eco presentido ya hundido para siempre en la memoria. Que he de habitar con una sonrisa infinita este desencuentro, con toda su belleza fugaz. Desolada e infinita. Tu sonido, tu eco, tu abismo no le pertenecen a mi espacio. Pertenece a otro infinitud que no podré asir jamás. Un tiempo, el tuyo, al que miro desde el anhelo de lo que jamás será alcanzado.


Desencuentro del tiempo. Intangibilidad de nuestra querencia. Entonces es cuando miro mi desdicha jubilosa. Todo es así mejor, me digo. Aunque sienta el latido de este desconsuelo, sé que esto debe ser así. Y a pesar de la serenidad de mi alma, de la sabiduría de mi mirada, no dejo de saber y de habitar ese desconsuelo. Habitarlo cuando te recuerdo en minutos sorprendentes de mi rutina. Acaricio entonces la lejanía de nuestras palabras, la cercanía de nuestras miradas.
Asirse al alma del otro, ese otro que late con la misma fuerza en un mundo que intuye enorme. Nuestra alma, que se sabe pequeña a pesar de su porte soberbio. La tuya y la mía. Así somos. Cada vez que nuestras almas se tocan, palpita una certeza. Sabiduría en lo profundo de aquello que somos. Tú y yo y esta presencia. Dos almas que se saben unidas, pero que viven desencontradas. Que se desconocen en todos los espacios habitados, y que siempre son reencontradas cuando se miran, que reposan en un mismo laberinto. Eco de lo que nunca somos. Sonido de lo que siempre seremos.

Libertad. Esencia. Ser. Alma en esclavitud. Afán de desprendimiento.

Siempre te esperaré al otro lado de mis manos.


(...)

"Confianza en nada y en todo, confianza pura cuya ilimitada riqueza nos hace suponer que será inagotable. Silenciosa. Inocencia primera. Virginidad del alma. Confianza que es amor y llega a ser esclavitud. Tara generosa que se olvida de sí. A mayor amplitud de confianza, mayor es la realidad de que gozamos".
María Zambrano.