fotos



AQUEL BLANCO


Querías celebrar por todo lo alto la Navidad. Tú aún no lo sabías, pero sería la última. Ya no habría más, ya todo sería después desde el recuerdo. Escenas que volverían a tu alma ante un olor, ante un sabor, ante cualquier Misterio colocado en cualquier espacio, en cualquier escaparate. Si lo veías, allí estaban entonces todos los recuerdos de tu infancia. Todos aquellos momentos que hoy se han ido con ella.

Te despertaste temprano, te dolía la cabeza, así que decidiste dar media vuelta y esperar. Te volviste a quedar dormida. Luego, algo más despejada, te fuiste animando. Ibas preparando mentalmente todas las tareas que había que hacer. Primero la compra. El aluvión de gente te hizo sentir sin aire, pero al final no había sido tan largo como preveías. Llegaste a casa, y fuiste recolocando las cosas a la vez que ibas rememorando los menús, el de esa Noche de Luz, el desayuno de Navidad y la comida. Te reías porque luego de restos comeríais el resto de los dias. Y veías a tu madre entre nerviosilla y contenta.

Ella estuvo a tu lado, desde su silencio seguía cada uno de tus pasos. También desde su angustia, siempre lo decía:
_ Es que yo ya no sé ayudar, es que no sé qué hacer… miro y miro las cosas y no sabría por dónde empezar._ Habías invitado a unos amigos y ella se sentía apurada, sin saber muy bien cómo hacer para poder ayudar. Tú la observabas, y aquellos ojos verdes te delvolvieron un resplandor infantil. Brillo sosegado. Y te preguntaste cuándo tu madre volvió a ser niña; cuándo sus ojos empezaron a mirarlo todo con esa ingenuidad que sólo la infancia sostiene.

Limpiaste el pescado, preparaste la sal para cubrirlo y meterlo al horno. Te pasaste la comida yendo y viniendo, trayendo y llevando. Estabas feliz. Y aún recuerdas el eco de las risas en ese momento en que no eras capaz de romper la capa de sal. Tu madre como una niña miraba, entre admirada y desolada; con el temor de no poder ofrecer la cena completa. Pero salió impecable.

Y ella sonreía; era la primera vez que veías sonreír a su soledad prisionera. Y hoy la recuerdas ahí sentada, a tu lado, en la silla de la cocina. Observando cómo ibas preparando aquel pastel vegetal., mirando las cosas detenidamente, paso a paso.

_ Mira mamá, ahora cortas los pepinillos en rodajitas finas… y luego haces tiras con este pelador, así, finas, y alargadas_ Y recuerdas su atenta mirada, sus manos, su concentración de niña para hacer las rodajas finas y las tiras de alargadas. Era realmente una niña de silencio. De sonrisa sin sonido. Una niña que en ese día de Navidad, lo esperaba Todo. Y aún así, permanecía temerosa por quedarse sin cena.

Y la recuerdas sonreír con picardía, brindar con aquella sidra burbujeante que tanto le gustaba. Y quisieras volver a aquella Navidad tan sólo un ratito para volver a levantar tu copa por ella. Y recuerdas aquellas otras Navidades aún más lejanas, a aquel tiempo en que cuando te reñía tu voz de niña protestona le contestaba:

_ Ya verás, ya verás… ya verás cuando yo sea tu madre... te voy a hacer los mismo. Te voy a poner lentejas en la merienda… ya lo verás, le decías con una congoja enfadada.

Y es cuando te haces consciente de que la vida te concedió un milagro; el del retorno. Ese poder mirar a los seres que nos antecedieron como los niños que una vez fueron. Tu madre, que estaba hecha de infancia, vivió a tu lado con los ojos más inocentes que jamás has mirado. Se fue hace ya días, pero sientes impecable su recuerdo. La esencia de lo que ha quedado en tu alma cuando recuerdas tu infancia, cuando hueles su colonia, o simplemente cuando sales a recogerte en tus lágrimas. En estos momentos en que tanto la estás echando de menos, aún lo puedes entir.

Oyes que suena un tren. Y vuelves al presente. Ese tren els el tuyo, está próximo. Sales hacia el andén. Miras esa estación, esa a la que tanto deseaste siempre llegar, esa en la que las personas que más te han querido, te esperaron tantas veces. Recuerdas a tu padre, a tu madre. Y de repente oyes un portazo. Es unl adiós definitvo. Te vas, y sabes que esta ciudad será al final el eco del más maravilloso de los recuerdos.

Subes al tren. Te vas. Y miras todo lo que vas dejando detrás por última vez. Quedará para siempre sellado en tu retina. Dices adiós con toda tu soledad en las manos, con una pequeña maleta en tu alma. Ya no habrá retorno. Eso también lo sabes.

Llegas a tu compartimento. Te sientas recostada como si fueras a dormir. Cierras los ojos. Y sabes que tu mente se ha fundido en negro, que queda sin sonido tu recuerdo. Para siempre. Si preguntaran por tu nombre; no sabrías decir muy bien cual es ahora. Y te quedas dormida, acurrucada por el vaivén del tren.

(...)


"Difícil abandonarse a la vida con confianza, dar crédito a cosa alguna, difícil creer en nada si no hemos ido crecienco así; sintiéndonos guiados por una mano fuerte y delicada que sabe medir, mirados por una frente ante la cual no cabe ninguna simulación".
María Zambrano