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AUSENCIA


Llegaste un poco más tarde de lo que habías pensado. Con cierta alegría somnolienta te acercaste a la habitación de tu madre. Allí estaba, con la luz encendida. Parecía dormir. Así que fuiste hacia el armario del pasillo para dejar tu abrigo. Mientras lo hacías pensabas que quizá las cosas dieran un vuelco, que aquella ciudad no era tan arisca como te parecía, que quizá en ella albergarse alguna historia que todavía estaba por contar. Esas dos horas de distracción te habían regalado una posibilidad.

_ Hola, hola… _ dijiste tímidamente al acercarte a la mesa en la que conversaban tus compañeros. Miguel y Juan se levantaron a la vez mientras Leonor se reía. Ella fue quien hizo las presentaciones.

_ Esta es Ara, compañera de administración, y por cierto, muy mal valorada en sus cualidades restauradoras. Cualidades que se pueden observar ya en la armonía de su rostro, en el equilibrio de su caminar…. _ Leonor había puesto voz de locutora. Le diste un empujón amistoso. Te sentías entre amigos, pero aún se dejaba sentir el desconocimiento, la certeza de que era la primera vez que te encontrabas con ellos.

_ Hola, soy Miguel, un amigo de Leonor no tan amigo pero que aparenta ser amigo. _ Lo dijo manteniendo el mismo tono de sorna que utilizaba ella.

_ Hola Ara, soy Juan. _ Su porte era más equilibrado, también su tono.

_ Como puedes ver, estos dos caballeros están dispuestos a sacarnos de paseo, preparados para la conversación que rescatará nuestras humildes existencias de ese pozo rutinario que es trabajar para la Gallerry´s Red, que por cierto, nos tiene muy mal situadas en relación a la potencialidad de nuestras inteligencias, que se ven infravaloradas entre el papeleo de una empresa sin… _ Leonor seguía con su retahíla burlona.

_ Leonor, siéntate anda, y permanece observadora, sagaz, a la que salta… pero calladita…. _ Juan hablaba tranquilo, sin aspavientos. Su mirada era muy pausada. Por lo poco que me había contado Leonor, estaban muy unidos.

_ Mira que eres… _ Miguel sin decir mucho, lo decía todo con el gesto de su mirada. Más vital. Más profunda y abismática. _ ¿A qué te hubiera gustado dedicarte, Ara?_ preguntó directamente.

_ Mi pasión es la restauración, esa es la perspectiva laboral que me hubiera encantado. Pero ya ves, ante la dificultad de los tiempos, ahí me hallo, en un trabajo de administración dentro de una empresa que no tiene la más mínima intención de ahondar en las posibilidades de la gente que ya tiene dentro. _ Lo dije bastante pausada, y aunque yo estaba expresando una queja, la simple descripción con que lo hice lo único que insinuaba era indiferencia.

_ ¿A qué te dedicas tú?_ Pregunté también sin rodeos.

_ Bueno, hacemos proyectos, una especie de consultoría, soy economista. Aquí Juan es abogado y la señorita que te ha presentado, como ya sabrás, es licenciada en Historia del Arte, pero ya sabes… debe ser muy valorada administrativamente. Tampoco ha tenido agallas, esa es la verdad. No ha tenido la valentía de enfrentarse a su pasión. Pero bueno, no se le dan mal los papeles… _ Recibió un codazo por parte de Ara. En el tono de confianza con el que se hablaban pude sentir que era una amistad vieja, añeja, con el poso suficiente como para saber que se está, se diga ya lo que se diga. Que se va a estar.

Estuviste muy a gusto, hacía ya tiempo que no te rodeabas de un ambiente así. Claro, honesto, abierto, y volviste a recordar ese sentimiento de piña, ese estar de tertulia. Un cierto modo de estar por estar, aunque lo que salga allí, en la conversación, sea el dolor del mundo.

Recogiste el abrigo y ya con la ropa de casa te acercaste a la habitación de tu madre. La luz tenue. Tal y como la habías dejado. El vaso, las gafas, el libro en la mesilla. Tu madre parecía dormir, estaba girada hacia el lado de la ventana. Le diste un beso. Y ocurrió, al contacto de su piel el abismo se quedó prendado de la tuya. Tu piel se quedó helada. También tu alma. Y sentiste el más absoluto de los silencios, era el comienzo de la nada. Te abrazaste a ella. No sabes bien el tiempo que permaneciste allí, abrazada, asiendo firmemente la presencia que te había regalado un nombre, a la mirada que había abierto los más infinitos horizontes en los que fijar la mirada. En ese preciso instante de soledad aprehendiste la hondura de lo que es el silencio: el silencio eterno.

Sólo te recuerdas abrazada a ella. Las imágenes se confunden cuando quieres recordar qué hiciste después. No sabes quién llamó, pero te recuerdas hablando por teléfono. Y sabes que abriste la puerta, que entraron dos personas vestidas de blanco. Una de ellas con un maletín grande, la otra, con uno más pequeño. Y recuerdas unas manos calientes agarrando las tuyas. Nunca más supiste de aquella desconocida mirada que recogía la esencia solitaria de la tuya, y sin embargo no has olvidado su color. Llorabas. Serenamente. Imposible no dejar caer tanta angustia. Cimbreabas entre tus sentimientos desencontrados. Tú sola y aquellos desconocidos que te sostenían la mirada como si te hubieran conocido antes. No sabes de su nombre, tampoco de su presencia, pero recuerdas el calor de sus manos, sus palabras, sus gestos: una actitud que no dejó de sujetar tu mirada ya absurda. Y no sabes más, no recuerdas mucho más que no sea una sombra en tu memoria. No sabes cómo llegaste a aquel tanatorio. Allí, entre los susurros del dolor de otros, te quedaste silenciosa. Tú no tenías con quien susurrar. Tampoco a quien tender la mano para que sujetara la tuya. Sólo tú. Te habías puesto uno de tus mejores pantalones, de corte impecable, una camisa blanca de algodón fino y el abrigo elegante y señorial; de un negro profundo y recio. Te sabías misteriosa y elegante, ahí toda tu presencia, en silencio, para la despedida de las despedidas. Tú ante la eternidad.

Te quedaste toda la noche velando la última presencia de aquel cuerpo que era lo más tuyo que habías tenido. Velabas ese adiós que se siente eterno. La despedida de la persona que más te habrá querido en todos los días que vaya a durar tu tiempo. Mientras llorabas te hiciste consciente de que la palabra más grande ya no tenía receptor, ya nadie respondería cuando tus labios pronunciasen la palabra madre. Y aún una evidencia más: la palabra hija carecía de contenido. Punto y final. Y en el silencio más absoluto y sin ser capaz de decir nada, te encontraste ante la compañía de Miguel, Leonor y Juan. Pero en tu pensamiento quedaba sólo la vacuidad de un único concepto: ser hija. Si eso era ya ausencia, lo demás carecía de presencia.Todo fue olvido en el silencio.

(...)

"Agonía de la esperanza que no siempre sabe lo que pide. A veces no sabemos qué es lo que clama por realizarse en nosotros. La esperanza no encuentra su camino. Es una esperanza errante."
Maria Zambrano.