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PRINCIPIO SIN REFLEJO


Despiertas en esta mañana que no se sabe muy bien aún cómo será. Ha amanecido con nubes, pero no impedirán que el día sea luminoso. Es un día de primavera como otro cualquiera. Te has levantado pronto y lo primero que has hecho es poner la cafetera. El olor a café inundará en unos minutos tu pequeño apartamento, pones música suave y te dejas caer sobre la silla azul de la cocina. Te sientes sola, irremediablemente sola. Miras sin mucho detenimiento el periódico de ayer. Recorres lentamente la cocina con el pensamiento en blanco. De repente una constatación: tu casa no permanece en la espera de que alguien se despierte, en ella no hay nadie, sólo estás tú. Sólo tú.

Habitas la casa con tu silencio. El silencio más triste y desolador que hayas sentido jamás. A estas alturas de tu vida, sabes que empiezas a nacer, te abres camino por encima del silencio que está en ti misma, niegas de nuevo el sonido que jamás tuviste ni tienes las agallas de mirar. La vida tarde o temprano nos traiciona, por eso estás sola, ahí, en tu cocina. La vida esquiva cada una de nuestras tretas y tarde o temprano nos coloca frente a nosotros mismos. Implacablemente. Pero tú vuelves a huir. Eres inteligente, y sabes como darle esquinazo a esa certeza.

A veces, por descuido, te miras al espejo y la persona que está al otro lado te resulta una total desconocida. Te encuentras con esa mirada que se desploma, que no sabe muy bien quién es ni hacia dónde va. Y de nuevo te niegas a ti misma porque lo que ves no es lo que habías esperado. No te gustan los espejos, y no dejas que te devuelvan el reflejo de la persona que hay al otro lado. De no mirarte, tu rostro se ha descuidado, pero eso no lo sabes. Hoy, tu persona te interesa más bien poco, tu persona tal cual es. Te gusta más la que te has inventado, y sigues vistiendo un traje que no es el tuyo. Un traje que te has vuelto a construir sin escuchar tu silencio

Has vivido acostumbrada al ruido, nunca te importó. Agradecías el ruido, ese que te colocaba en el lado de los que triunfan. Y nunca te paraste a pensar si ese triunfo era realmente tuyo o algo impostado. Siempre viviste rodeada de ruidos; todos sabían que tú eras la mejor. Y te gustaba; mucho. Nunca tuviste la necesidad de demostrarte a ti misma si lo que vivías era cierto. Te dejaste vivir en la complacencia, en la seguridad de que necesariamente tenía que ser así. Tú eras el triunfo.

La vida te regaló la oportunidad de viajar, pero en realidad no viajaste. No eras tú las que viajaba, los demás lo organizaban, viajaban por ti. Viajar es meterse el silencio en la maleta, organizar y desdoblar ese silencio por las diferentes estaciones que vamos atravesando, es ir dejando la huella de tu mirada en cada lugar que has morado. Pero tú no llevabas silencio en tu maleta, y si paraste en algún espacio, nunca lo habitaste. Todo era ruido alrededor, ruidos de todo tipo menos el tuyo. Recorriste muchos sitios, tu trabajo era así, pero no viviste en ninguno, tan ensimismada como estabas en tu persona. En esos viajes no viviste, no viajaste, no te agarraste a la libertad que es la incertidumbre de no saber muy bien a dónde vamos a llegar. Porque tú si sabías, sí sabías cómo iban a terminar. Estaban totalmente programados aunque nunca los diseñaras tú. Viviste en países que no te dejaron nada que no fuera la huella de tu triunfo. Las personas pasaron a tu lado como un cuadro al que miras simplemente de reojo. La vida te sonreía, eso sí, al menos así lo creías. Tenías un trabajo estable, y eras la mejor. Parecía un mundo apasionante, pero no, no lo era. Eso lo podrías saber ahora si realmente tuvieras voluntad, si ahí sentada en tu silla, mientras esperas a tomarte tu primer café, te pararas a mirarte delante de un espejo.

Caminamos y un día, inesperado, el telón de nuestra escenografía cae. De golpe. Hoy te encuentras en una cocina pequeña, en tu apartamento sin ruido, sin esperanza de ruido. Sabes que ya no eres quien eras. Las personas que hasta ahora te acompañaron se alejaron hace tiempo, ellas y toda su escenografía. No eran como tú, te dijiste. Y lo perdiste todo. Pero eres valiente y volviste a comenzar. Tienes tesón, y en ello estás, a pesar de tu cocina de silencio. Inventas otra vez nuevos mundos, nuevos triunfos.

Construyes el pedestal al que te has de subir, porque tú has nacido para estar en un pedestal. Has hecho nuevos amigos, has construido nuevos retos, la vida vuelve a empezar. O almenos eso crees. Sonríe de nuevo como tú quieres. Y aunque te quedas en el silencio de tu cocina, no oyes nada, sigues sin oir. Volverás a subir de nuevo, tú sabes bien cómo se construye el triunfo. Y con ello vuelves a negar la persona que hay detrás del espejo. No, no te gustan los espejos. Eliminando su mirada, eliminas todo aquello que te impide triunfar; esquivas las ataduras. No las soportas. Aún no sabes que sin ellas, nada nos sostiene. Su libertad es constructora, nos hace mejores personas, pero tú no quieres ser mejor, sólo quieres triunfar. Pero esto tampoco lo sabes.

Estás en tu cocina, y en ella permaneces cada mañana cuando te levantas y te sientas en esa silla azul a la espera de poder tomar el primer café de la mañana. Tu mente permanece en blanco. Luego vendrán tus arrebatos, tus cosas magníficas que te harán de nuevo grande, y todo el ruido de tu soberbia dejará este silencio de la mañana sin eco. Y no sabrás que te estás negando a ti misma, que una vez más comienzas un viaje que no te dejará poso, ni huella, ni color en la mirada. Altiva y soberbia, seguirás negándote a ti misma. Estás ante un nuevo principio, pero no hay reflejo.

Por fin ha salido el café. Te lo tomas y te dispones a salir. La casa se te estaba haciendo demasiado grande ya. Comienza el día. Y te vas, te vas a construir de nuevo tu triunfo en el ruido del mundo.


(...)

"Columnas me sostienen, oleadas de desnudas emociones me golpean los costados, pero, ¿cuál de ellas es pena y cual es alegría? Me lo pregunto y no encuentro la respuesta. Sólo sé que necesito silencio, estar solo, irme; dedicar una hora a considerar lo que ha ocurrido en mi mundo, lo que la vida ha hecho con mi mundo." Virginia Woolf.